Raúl de la Horra

domingo, 20 de abril de 2008

Presentación del Libro

Y la presentación…

El pasado 15 de abril a las 18 horas, en la Universidad de San Carlos de Guatemala, los alumnos del 5to. Semestre de periodismo fueron participes de la presentación del libro “El Espejo Irreverente”, del autor guatemalteco Raúl de la Horra.

Tal evento contó con los siguientes panelistas al Director de la ECC, Gustavo Bracamonte, Carlos Velásquez, Luís Perdomo y el plato fuerte, al autor del libro Raúl de la Horra.

La actividad comenzó con elogios por parte de los panelistas hacia Raúl de la Horra, entre ellos los de Carlos Velásquez, con el ensayo dos palabras aforísticas para los follarismos de Raúl de la Horra. Después de elogios y bromas, llego el turno de Raúl de la Horra, para hacer la presentación de su libro “El Espejo Irreverente”.

Lo sorprendente de esta actividad, fue que la presentación que era el punto cumbre, pasó a un segundo plano, ya que se le resto importancia y se le abrió la puerta a otros temas que fueron tomando espacio, un de ellos fue la constante por parte de los panelistas en alabarse y resaltar sus virtudes, con ello no digo que no las tengan, pero no va al caso mencionar lo mismo una y otra vez. Otro fue la larga bienvenida por parte de los panelistas, la cual acaparo buena parte del foro.

En cuanto a la organización, debió respetarse el orden jerárquico que tenía el foro, entendiéndose con ello darle el lugar que correspondía a la presentación del libro. El libro presenta una recopilación de las columnas publicadas los sábados en ElPeriódico, llamada Follarismos (hacerle el amor al conocimiento). “siempre habrá aluno que llene las expectativas, pero como son cortos, se leen rápido entonces siempre encontraran alguno que valga la pena y que les resuene en su interior y haga que la compra sea justificada”, Raúl de la Horra.

Algo interesante en esta actividad fueron los puntos en los cuales los panelistas nos hicieron ver que el oficio de periodista en Guatemala esta cada día más deficiente y es labor de cada nuevo periodista levantar al gremio…

miércoles, 2 de abril de 2008

1er. Parcial

ANÁLISIS SEMIÓTICO DE EL ECLIPSE:

Argumento:
Fray Bartolomé Arrazola, se pierde en la selva guatemalteca, allí es apresado por indígenas quienes lo quieren sacrificar, el Fray para salvarse intenta engañar a los indígenas con un eclipse de sol que esta por suceder, pero no lo logra ya que ellos sabían que ocurriría tal eclipse.

Conflicto:
El conflicto se centra en la perdida de Fray Bartolomé Arrazola, en la selva guatemalteca.

Secuencias:
En una situación inicial, Fray Bartolomé Arrazola tiene vida.
En un proceso, Fray Bartolomé Arrazola es apresado por los indígenas.
En una situación final, Fray Bartolomé Arrazola es sacrificado por los indígenas.

Oposiciones:
Desde el punto de vista en el cual Fray Bartolomé tiene vida y luego muere, la oposición va de lo eufórico a lo disfórico.
(Fray – Indígenas, Libertad – Cautiverio, Vida – Muerte, Mentira – Verdad).

Espacios:
El cuento es llevado a cabo en algún lugar de la salva guatemalteca, en la cual existe algún tipo de ruina y un lugar utilizado para sacrificios.

Tiempos:
Pienso que el cuento va del pasado al presente. Ya que se empieza contando lo que le sucedió al Fray (pasado), y luego dos horas después (futuro), muere el Fray.

Mensaje Ideológico:
En lo personal considero que el mensaje ideológico va por el camino del cristianismo, ya que el Fray lo que buscaba realizar en la selva guatemalteca era cristianizar a todo aquel indígena que se encontrara, pero que como ya sabemos esto último no se concreto.

domingo, 30 de marzo de 2008



Análisis Semiótico de Casa Tomada


Argumento:
Dos hermanos solteros por azar del destino, habitan una casa que les ha sido heredada en Argentina; uno de ellos teje en su tiempo libre, así mismo el otro, es aficionado a la lectura, específicamente de autores franceses. Todas las mañas hacen limpieza en la casa, esta labor les absorbe la mañana, pero en la tarde ambos realizan sus actividades favoritas. Un día se ven en dificultades, por que la casa en la que han vivido durante mucho tiempo esta siendo tomada poco a poco; al principio toman una parte de la casa, ambos hermanos se sienten desesperados, ya que cuando menos se lo esperan la casa es tomada en su totalidad, al ser despojados de sus bienes se ven en la necesidad de abandonarla e ir a la calle.


Conflicto:
El conflicto en este cuento, se centra en la toma paulatina de la casa, que al final es tomada.

Secuencias:
· En una situación inicial, los hermanos al comienzo del cuento tenían casa.
· Proceso, la casa es tomada en dos etapas.
· En una situación final, los hermanos terminan sin casa, esto a causa de la casa tomada.

Oposiciones:
Por el buen comienzo que tuvieron los hermanos y el mal final. La oposición va de lo eufórico a lo disfórico.
(Invasores - propietarios, alegría – preocupación, libertad – cautiverio).


Espacios:
El cuento es llevado a cabo en el país argentino. Y dentro de este país se desarrolla en una casa espaciosa y antigua que cuenta con comedor, sala, biblioteca, dormitorios, living, cocina, baño, pasillo y que esta amueblada con piano, puerta de roble, zaguán.

Tiempos:
Le cuento se desenvuelve en tiempo pasado, ya que el autor cuenta lo que sucedió.


Mensaje Ideológico:
Pienso que el mensaje ideológico en este cuento es una mezcolanza de anarquía e izquierda, por una parte se nota la falta de ley y de estado, a consecuencia de ello la casa es tomada. Por otro lado, existe influencia de la izquierda, ya que claramente se nota la persecución hacia una familia que representa a la derecha.

viernes, 14 de marzo de 2008



Conducta en los velorios
(Julio Cortázar)


No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía. Mi prima segunda, la mayor, se encarga de cerciorarse de la índole del duelo, y si es de verdad, si se llora porque llorar es lo único que les queda a esos hombres y a esas mujeres entre el olor a nardos y a café, entonces nos quedamos en casa y los acompañamos desde lejos. A lo sumo mi madre va un rato y saluda en nombre de la familia; no nos gusta interponer insolentemente nuestra vida ajena a ese diálogo con la sombra. Pero si de la pausada investigación de mi prima surge la sospecha de que en un patio cubierto o en la sala se han armado los trípodes del camelo, entonces la familia se pone sus mejores trajes, espera a que el velorio esté a punto, y se va presentando de a poco pero implacablemente.


En Pacífico las cosas ocurren casi siempre en un patio con macetas y música de radio. Para estas ocasiones los vecinos condescienden a apagar las radios, y quedan solamente los jazmines y los parientes, alternándose contra las paredes. Llegamos de a uno o de a dos, saludamos a los deudos, a quienes se reconoce fácilmente porque lloran apenas ven entrar a alguien, y vamos a inclinarnos ante el difunto, escoltados por algún pariente cercano. Una o dos horas después toda la familia está en la casa mortuoria, pero aunque los vecinos nos conocen bien, procedemos como si cada uno hubiera venido por su cuenta y apenas hablamos entre nosotros. Un método preciso ordena nuestros actos, escoge los interlocutores con quienes se departe en la cocina, bajo el naranjo, en los dormitorios, en el zaguán, y de cuando en cuando se sale a fumar al patio o a la calle, o se da una vuelta a la manzana para ventilar opiniones políticas y deportivas. No nos lleva demasiado tiempo sondear los sentimientos de los deudos más inmediatos, los vasitos de caña, el mate dulce y los Particulares livianos son el puente confidencial; antes de media noche estamos seguros, podemos actuar sin remordimientos. Por lo común mi hermana la menor se encarga de la primera escaramuza; diestramente ubicada a los pies del ataúd, se tapa los ojos con un pañuelo violeta y empieza a llorar, primero en silencio, empapando el pañuelo a un punto increíble, después con hipos y jadeos, y finalmente le acomete un ataque terrible de llanto que obliga a las vecinas a llevarla a la cama preparada para esas emergencias, darle a oler agua de azahar y consolarla, mientras otras vecinas se ocupan de los parientes cercanos bruscamente contagiados por la crisis. Durante un rato hay un amontonamiento de gente en la puerta de la capilla ardiente, preguntas y noticias en voz baja, encogimientos de hombros por parte de los vecinos.
Agotados por un esfuerzo en que han debido emplearse a fondo, los deudos amenguan en sus manifestaciones, y en ese mismo momento mis tres primas segundas se largan a llorar sin afectación, sin gritos, pero tan conmovedoramente que los parientes y vecinos sienten la emulación, comprenden que no es posible quedarse así descansando mientras extraños de la otra cuadra se afligen de tal manera, y otra vez se suman a la deploración general, otra vez hay que hacer sitio en las camas, apantallar a señoras ancianas, aflojar el cinturón a viejitos convulsionados. Mis hermanos y yo esperamos por lo regular este momento para entrar en la sala mortuoria y ubicarnos junto al ataúd. Por extraño que parezca estamos realmente afligidos, jamás podemos oír llorar a nuestras hermanas sin que una congoja infinita nos llene el pecho y nos recuerde cosas de la infancia, unos campos cerca de Villa Albertina, un tranvía que chirriaba al tomar la curva en la calle General Rodríguez, en Bánfield, cosas así, siempre tan tristes. Nos basta ver las manos cruzadas del difunto para que el llanto nos arrase de golpe, nos obligue a taparnos la cara avergonzados, y somos cinco hombres que lloran de verdad en el velorio, mientras los deudos juntan desesperadamente el aliento para igualarnos, sintiendo que cueste lo que cueste deben demostrar que el velorio es el de ellos, que solamente ellos tienen derecho a llorar así en esa casa. Pero son pocos, y mienten (eso lo sabemos por mi prima segunda la mayor, y nos da fuerzas). En vano acumulan los hipos y los desmayos, inútilmente los vecinos más solidarios los apoyan con sus consuelos y sus reflexiones, llevándolos y trayéndolos para que descansen y se reincorporen a la lucha. Mis padres y mi tío el mayor nos reemplazan ahora, hay algo que impone respeto en el dolor de estos ancianos que han venido desde la calle Humboldt, cinco cuadras contando desde la esquina, para velar al finado.






Los vecinos más coherentes empiezan a perder pie, dejan caer a los deudos, se van a la cocina a beber grapa y a comentar; algunos parientes, extenuados por una hora y media de llanto sostenido, duermen estertorosamente. Nosotros nos relevamos en orden, aunque sin dar la impresión de nada preparado; antes de las seis de la mañana somos los dueños indiscutidos del velorio, la mayoría de los vecinos se han ido a dormir a sus casas, los parientes yacen en diferentes posturas y grados de abotagamiento, el alba nace en el patio. A esa hora mis tías organizan enérgicos refrigerios en la cocina, bebemos café hirviendo, nos miramos brillantemente al cruzarnos en el zaguán o los dormitorios; tenemos algo de hormigas yendo y viniendo, frotándose las antenas al pasar. Cuando llega el coche fúnebre las disposiciones están tomadas, mis hermanas llevan a los parientes a despedirse del finado antes del cierre del ataúd, los sostienen y confortan mientras mis primas y mis hermanos se van adelantando hasta desalojarlos, abreviar el ultimo adiós y quedarse solos junto al muerto. Rendidos, extraviados, comprendiendo vagamente pero incapaces de reaccionar, los deudos se dejan llevar y traer, beben cualquier cosa que se les acerca a los labios, y responden con vagas protestas inconsistentes a las cariñosas solicitudes de mis primas y mis hermanas. Cuando es hora de partir y la casa está llena de parientes y amigos, una organización invisible pero sin brechas decide cada movimiento, el director de la funeraria acata las órdenes de mi padre, la remoción del ataúd se hace de acuerdo con las indicaciones de mi tío el mayor. Alguna que otra vez los parientes llegados a último momento adelantan una reivindicación destemplada; los vecinos, convencidos ya de que todo es como debe ser, los miran escandalizados y los obligan a callarse. En el coche de duelo se instalan mis padres y mis tíos, mis hermanos suben al segundo, y mis primas condescienden a aceptar a alguno de los deudos en el tercero, donde se ubican envueltas en grandes pañoletas negras y moradas. El resto sube donde puede, y hay parientes que se ven precisados a llamar un taxi. Y si algunos, refrescados por el aire matinal y el largo trayecto, traman una reconquista en la necrópolis, amargo es su desengaño. Apenas llega el cajón al peristilo, mis hermanos rodean al orador designado por la familia o los amigos del difunto, y fácilmente reconocible por su cara de circunstancias y el rollito que le abulta el bolsillo del saco. Estrechándole las manos, le empapan las solapas con sus lágrimas, lo palmean con un blando sonido de tapioca, y el orador no puede impedir que mi tío el menor suba a la tribuna y abra los discursos con una oración que es siempre un modelo de verdad y discreción. Dura tres minutos, se refiere exclusivamente al difunto, acota sus virtudes y da cuenta de sus defectos, sin quitar humanidad a nada de lo que dice; está profundamente emocionado, y a veces le cuesta terminar. Apenas ha bajado, mi hermano el mayor ocupa la tribuna y se encarga del panegírico en nombre del vecindario, mientras el vecino designado a tal efecto trata de abrirse paso entre mis primas y hermanas que lloran colgadas de su chaleco. Un gesto afable pero imperioso de mi padre moviliza al personal de la funeraria; dulcemente empieza a rodar el catafalco, y los oradores oficiales se quedan al pie de la tribuna, mirándose y estrujando los discursos en sus manos húmedas. Por lo regular no nos molestamos en acompañar al difunto hasta la bóveda o sepultura, sino que damos media vuelta y salimos todos juntos, comentando las incidencias del velorio. Desde lejos vemos cómo los parientes corren desesperadamente para agarrar alguno de los cordones del ataúd y se pelean con los vecinos que entre tanto se han posesionado de los cordones y prefieren llevarlos ellos a que los lleven los parientes.



FIN

domingo, 9 de marzo de 2008

A la izquierda del roble (Mario Benedetti)

No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes pero el Jardín Botánico es un parque dormido en el que uno puede sentirse árbol o prójimo siempre y cuando se cumpla un requisito previo. Que la ciudad exista tranquilamente lejos. El secreto es apoyarse digamos en un tronco y oír a través del aire que admite ruidos muertos como en Millán y Reyes galopan los tranvías.
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes pero el Jardín Botánico siempre ha tenido una agradable propensión a los sueños, a que los insectos suban por las piernas y la melancolía baje por los brazos hasta que uno cierra los puños y la atrapa. Después de todo el secreto es mirar hacia arriba y ver cómo las nubes se disputan las copas y ver cómo los nidos se disputan los pájaros.
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes ah pero las parejas que huyen al Botánico ya desciendan de un taxi o bajen de una nube hablan por lo común de temas importantes y se miran fanáticamente a los ojos como si el amor fuera un brevísimo túnel y ellos se contemplaran por dentro de ese amor. Aquellos dos por ejemplo a la izquierda del roble (también podría llamarlo almendro o araucaria gracias a mis lagunas sobre Pan y Linneo) hablan y por lo visto las palabras se quedan conmovidas a mirarlos ya que a mí no me llegan ni siquiera los ecos. No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes pero es lindísimo imaginar qué dicen sobre todo si él muerde una ramita y ella deja un zapato sobre el césped sobre todo si él tiene los huesos tristes y ella quiere sonreír pero no puede. Para mí que el muchacho está diciendo lo que se dice a veces en el Jardín Botánico.
Ayer llegó el otoño el sol de otoño y me sentí feliz como hace mucho qué linda estás te quiero en mi sueño de noche se escuchan las bocinas el viento sobre el mar y sin embargo aquello también es el silencio mírame así te quiero yo trabajo con ganas hago números fichas discuto con cretinos me distraigo y blasfemo dame tu mano ahora ya lo sabés te quiero pienso a veces en Dios bueno no tantas veces no me gusta robar su tiempo y además está lejos vos estás a mi lado ahora mismo estoy triste estoy triste y te quiero ya pasarán las horas la calle como un río los árboles que ayudan el cielo los amigos y qué suerte te quiero hace mucho era niño hace mucho y qué importa el azar era simple como entrar en tus ojos dejame entrar te quiero menos mal que te quiero.
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes pero puede ocurrir que de pronto uno advierta que en realidad se trata de algo más desolado uno de esos amores de tántalo y azar que Dios no admite porque tiene celos. Fíjense que él acusa con ternura y ella se apoya contra la corteza fíjense que él va tildando recuerdos y ella se consterna misteriosamente. Para mí que el muchacho está diciendo lo que se dice a veces en el Jardín Botánico.
Vos lo dijiste nuestro amor fue desde siempre un niño muerto sólo de a ratos parecía que iba a vivir que iba a vencernos pero los dos fuimos tan fuertes que lo dejamos sin su sangre sin su futuro sin su cielo un niño muerto sólo eso maravilloso y condenado quizá tuviera una sonrisa como la tuya dulce y honda quizá tuviera un alma triste como mi alma poca cosa quizá aprendiera con el tiempo a desplegarse a usar el mundo pero los niños que así vienen muertos de amor muertos de miedo tienen tan grande el corazón que se destruyen sin saberlo vos lo dijiste nuestro amor fue desde siempre un niño muerto y qué verdad dura y sin sombra qué verdad fácil y qué pena yo imaginaba que era un niño y era tan sólo un niño muerto ahora qué queda sólo queda medir la fe y que recordemos lo que pudimos haber sido para él que no pudo ser nuestro qué más acaso cuando llegue un veintitrés de abril y abismo vos donde estés llevale flores que yo también iré contigo.
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes pero el Jardín Botánico es un parque dormido que sólo despierta con la lluvia. Ahora la última nube ha resuelto quedarse y nos está mojando como alegres mendigos. El secreto está en correr con precauciones a fin de no matar ningún escarabajo y no pisar los hongos que aprovechan para nadar desesperadamente. Sin prevenciones me doy vuelta y siguen aquellos dos a la izquierda del roble eternos y escondidos en la lluvia diciéndose quién sabe qué silencios. No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes pero cuando la lluvia cae sobre el Botánico aquí se quedan sólo los fantasmas. Ustedes pueden irse.
Yo me quedo.

domingo, 2 de marzo de 2008

Poema 5
Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.
Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.
Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.
Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.
Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.
Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú las oigas como quiero que me oigas.
El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.
Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera.
No me abandones.
Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.
Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.
Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.


Poema 10
Hemos perdido aún este crepúsculo.
Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas
mientras la noche azul caía sobre el mundo.
He visto desde mi ventana
la fiesta del poniente en los cerros lejanos.
A veces como una moneda
se encendía un pedazo de sol entre mis manos.
Yo te recordaba con el alma apretada
de esa tristeza que tú me conoces.
Entonces, dónde estabas?
Entre qué gentes?
Diciendo qué palabras?
Por qué se me vendrá todo el amor de golpe
cuando me siento triste, y te siento lejana?
Cayó el libro que siempre se toma en el crepúsculo,
y como un perro herido rodó a mis pies mi capa.
Siempre, siempre te alejas en las tardes
hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas.


Poema 15
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa basta.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.


Poema 20
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche esta estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo.
Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo.
A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro.
Será de otro.
Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro.
Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.


Opinión de sobre los poemas

Poema 5
De una manera particular, creo que este poema en principio nos trae a la mente aquellos vagos recuerdos que inundan nuestra mente, recuerdos que nos son difíciles de olvidar y que como la hiedra recorren nuestro más profundo ser y con ello vienen todas esas escenas fotográficas de algún ser amado. Y, de repente, el poeta transforma sus palabras en suplicas para esa amada suya, para que nunca lo abandone, y siga en sus recuerdos a pesar de todo el sufrimiento que esto le cause.

Poema 10
Hermosa obra de arte, la que se nos presenta en este poema, a mi criterio el mejor poema que se presenta en esta obra es el poema 10; como al autor le invade la soledad por su amada, cuando no esta a su lado, como la tristeza llega a una persona cuando se extraña grandemente y de todo corazón, esa soledad que solo es experimentada con el amor verdadero.

Poema 15
En este poema, Pablo Neruda, expresa la distancia que separa a seres amados, esa maldita distancia que puede crear demencia, esa distancia que solo nos recuerda la ausencia, esa distancia que hace florecer la imaginación hasta más no poder.

Poema 20
Este poema esta influenciado por ese dolor que es causa de la ruptura del amor, y no solo dolor, el mismo autor en más de una vez hace saber la tristeza que le inunda la pérdida de ese ser querido
.

Bernal Díaz del Castillo